Lo que hace único a nuestro «terroir»

Cada zona vinícola es un mundo, con suelos, climas y paisajes que esculpen el carácter de sus vinos. Alicante no es una excepción, pero sí una rareza: una tierra donde el Mediterráneo, la montaña y el sol extremo crean un entorno único. Aquí, la vid no solo crece, sino que sobrevive y se transforma, dando vinos con identidad propia.

El sol como arquitecto del sabor

Alicante es una de las regiones más soleadas de Europa, con más de 3.000 horas de sol al año. Este clima extremo obliga a la vid a adaptarse, desarrollando pieles más gruesas que protegen las uvas y concentran los aromas. El resultado: vinos intensos, con fruta madura, taninos marcados y gran longevidad.

El Mediterráneo, un aliado invisible

El mar no solo está en el paisaje, está en el vino. Las brisas mediterráneas refrescan los viñedos y mitigan el calor del día, favoreciendo una maduración equilibrada. Este efecto se traduce en vinos con frescura natural, donde la acidez no se pierde pese a las altas temperaturas.

Suelos que cuentan una historia

Bajo nuestras cepas, la tierra es un mosaico de caliza, arcilla y arenas, un legado geológico que define la estructura del vino. Los suelos calizos aportan mineralidad y finura, mientras que los arcillosos retienen humedad, permitiendo que las viñas resistan la aridez. De esta combinación nacen vinos con profundidad, volumen y un inconfundible carácter salino.

El equilibrio entre dureza y vida

Alicante no regala nada. Es un entorno de contrastes donde la vid se enfrenta a la escasez de agua y a vientos secos que desafían su crecimiento. Pero en esa lucha está su grandeza: raíces profundas, concentración aromática y vinos con personalidad, que reflejan el espíritu de la tierra que los ve nacer.

En cada copa de nuestros vinos, Alicante se hace presente. No solo como un origen, sino como un paisaje que se siente en el paladar: sol, brisa, tierra y mar, convertidos en vino.

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